Las bodas en la Grecia clásica

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En la Grecia clásica, el papel de la mujer, encajada en una sociedad totalmente patriarcal -donde el poder de decisión familiar lo ostentaba el padre-, se reducía al de esposa y madre. A la hora de escoger marido, poco o nada tenía que decir; aunque la voluntad del futuro esposo tampoco importaba. Los hombres “tomaban esposa” mediante ofrendas realizadas por su padre al padre de aquella chica con la que se casarían. Los matrimonios eran transacciones entre familias, pactos de carácter comercial que garantizaban alianzas o acuerdos que beneficiaban a ambas partes de un modo u otro.

Los varones se casaban en torno a los treinta años de edad; las mujeres, unos cuatro años después de la primera menstruación. Las fechas disponibles para las bodas eran mucho más escasas que en la actualidad: debían tener lugar durante el mes de enero, y siempre con luna llena, lo que reducía el número de posibles fechas drásticamente.

La celebración del matrimonio duraba tres días. Los novios se veían las caras por primera vez durante la primera de esas jornadas, celebrada en la casa de ella. Ese día la novia entregaba como ofrenda a Artemisa, diosa virgen, un mechón de su cabello, un cinturón como símbolo de su castidad y los juguetes de su infancia, que representaban su pureza y el abandono de la niñez. El novio también se cortaba un mechón de pelo y realizaba algunas ofrendas. Después, la novia realizaba un baño ritual en una fuente o un río sagrado para purificarse. El baño podía tener lugar en su propia casa, siempre que se empleara agua de la fuente sagrada.

Durante el segundo día se realizaban sacrificios en las casas de ambos prometidos para pedir el favor de los dioses y el novio, acompañado por hombres de su confianza, acudía a la casa de su esposa montado en un carro. Se celebraba un banquete, el novio alzaba el velo de la novia y se la llevaba consigo en el carro, arrancándola para siempre de su familia.

Una vez en la casa del novio, y tras quemar el eje del carro para que la esposa no cayera en la tentación de abandonar su nuevo hogar, recibía a la pareja la madre de él, portando una antorcha con la que iluminarles el camino. Al cruzar el umbral, les arrojaban dátiles, higos y nueces; a continuación, se celebraba una ceremonia para que los dioses del hogar protegieran a la nueva incorporación familiar y, finalmente, se conducía a la novia al lecho nupcial para que consumaran el matrimonio.

El tercer y último día, era la familia de la novia la que acudía al hogar de la nueva pareja para celebrar todos juntos un banquete y efectuar el pago de la dote prometida. Una dote que recuperaría la novia en caso de quedarse viuda para poder contraer un segundo matrimonio.

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